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Ilustración Jess García |
«Esta es mi ética como científico. Si no le gusta, tengo
otra»
Cuando las normas y la ética se diluyen en ácido
DAVID GARCIA
11 DICIEMBRE 2018
Seguir leyendoLos científicos han sido motor de cambio desde que comenzaron a descubrir y explicar cómo funciona todo lo que nos rodea. Lo interesante de esto es descubrir que algunos de los mayores cambios, de los descubrimientos más rupturistas o de las demostraciones más críticas de la historia de la humanidad fueron producto de actitudes pendencieras y comportamientos arrabaleros más propios de un carterista del metro que de ilustradas mentes privilegiadas. Los cambios que impulsaron revoluciones decisivas llegaron a veces porque alguien decidió desobedecer el protocolo de investigación.La reputación de la comunidad científica se ha instalado en las cotas más altas de la aceptación social. Cualquiera es capaz de imaginarlos como meticulosos eruditos que se someten escrupulosamente a procesos establecidos a través de los siglos como los adecuados para probar teorías e hipótesis.Sin embargo, la historia del siglo XX ha sometido a los científicos a un blanqueamiento de imagen muy meritorio. En el pasado, en la medida en la que la religión influía más decisivamente en el poder, los investigadores eran vistos como asesinos de la fe, como brujos sin piedad o como villanos capaces de exterminar con sus desconocidas artes a quien se pusiera en su camino. O como todas esas cosa a la vez. No eran nada de eso. Lo que sí eran es seres humanos y, como tales, capaces de arrastrarse por el lodo, mentir, falsificar o incluso darse de hostias para que sus teorías fueran aceptadas. Y así sigue ocurriendo, para desgracia de la moral humana y para solaz del humor universal.